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Martes, 17 Marzo 2015

Relato breve seleccionado como uno de los 35 mejores

Tengo el placer de compartir con ustedes, la grata noticia, de haber sido uno de los 35 afortunados, de entre más de 300 candidatos, que han sido seleccionados en el concurso de Relato Breve organizado por NAVA-Autores Tagus. Esto significa que en breve será publicado, en formato ebook, esta selección de relatos breves ganadores, aún así, y como sigo siendo igual de desesperado como siempre, añado la mencionada redacción. Advierto que tiene unos tonos grises y negros poco recomendables para personas sensibles, y que es fruto de la fantasía negativa de las frustraciones por las que pasamos todos en nuestras etapas de estudiantes, añado además, que no tienen una representación de la realidad, siendo todo fruto de una imaginación típica de la locura de los trastocados compositores.

Quiero recalcar que el relato original superaba el doble del texto que añado a continuación pero hubo que hacer unos retoques para cumplir con los requisitos del concurso, lo cual creo que fue lo mejor, porque el texto derivaba, cada vez más, en una crítica hacia el sistema actual de educación musical y la imagen del músico que la sociedad tiene. Si al leerlo te invaden pensamientos relacionados con lo escrito, te invito a que los comentes, me hará mucha ilusión ver qué sentimientos y pensamientos pueden generar estas palabras en cada persona. Muchas gracias.

Relato breve:

Estaba erguido y con la cabeza en alto, sobre la barandilla que delimitaba la sexta planta del Conservatorio con el suelo firme que parecía estar a más distancia que nunca, como si de la punta de un rascacielos se tratara, o como si yo hubiera encogido a causa de los nervios, fuera lo que fuera, allí me encontraba. Muchas veces me había imaginado en esa situación, pero nunca me hubiera creído capaz de hacerlo realidad. Allá en el fondo, en lo más oscuro del vacío estaban todos, compañeros, profesores, puede que algún amigo, y se oía todo tipo de conversaciones, desde aquellas que me alentaban a abortar mi nefasta idea de hacer una crítica al sistema educativo musical como un mártir más de entre muchos que lo han vivido, aunque de una manera más trágica y seguramente con un eco mediático mucho más convincente de lo que solía ser habitualmente, y aquellos que ponían en duda que culminara con mi obra maestra, o como decimos los músicos, el canto del cisne, que hace alusión a la obra más bella compuesta en el lecho de muerte, y en esta ocasión a modo de performance contemporánea poco saludable.

Pasaban por mi cabeza una cascada de pensamientos, recuerdos, emociones y sentimientos, que llegaban a entremezclarse creando un clúster inteligible que forzaban a brotar algunas lágrimas imparables desde mis ojos, recordando la inocencia de aquel niño que de mayor quería ser músico, y que la sociedad cegada por los impulsos comerciales de las incesantes batallas que el marketing nos inyectaba desde cualquier medio de comunicación o incluso desde cualquier oportunidad desde nuestros momentos de ocio, como parásitos oportunistas e insaciables, nos hacían ver que esta profesión era algo irrisoria e innecesaria en nuestras vidas, ya que se planteaba su expulsión del sistema de formación obligatoria, como algo obsoleto y poco práctico.

8 horas antes:
Todos nos felicitaban por la fantástica actuación, aunque había menos gente de la que esperábamos, ya que más del doble de los asistentes habían confirmado que estarían con nosotros por medio de las redes sociales. Ya conocíamos esa faceta del consumidor incansable de eventos de facebook, que puede llegar a asistir, de manera omnipresente, a más de seis eventos que coinciden en horario, aunque no en situación geográfica, algo que siempre he querido aprender. Hacía unas semanas que habíamos recibido la magnífica noticia de haber quedado semifinalistas en otro concurso en UK, tras haber sido premiados con un primer premio internacional de composición en otro concurso en Andorra, algo que parecía no importar demasiado a las secciones informativas especializadas en cultura de nuestro entorno, por suerte no en todos los medios, pero otros sin embargo llegaban a ver más importante que un perro se hubiera partido una uña paseando por la playa, algo que también me daba sentimientos empáticos hacia el pobre canino, y hacía ver la nimiedad de nuestro reconocimiento internacional.

Empezábamos a recoger y aproveché para acercarme al dueño del local y pedir la proporción de la recaudación destinada a los músicos, con la sorpresa de que un mal entendido hizo creer a éste, que esa noche actuábamos gratis, así que recayó, nuevamente sobre mí, la responsabilidad de comunicar a mis compañeros que otra vez volvíamos a casa con menos dinero del que teníamos en nuestros bolsillos al salir.

Se juntaron muchas cosas, el posterior problema con el policía, el incomprensible suspenso en mi última convocatoria para obtener la licenciatura de música, tras incansables años obteniendo sobresalientes. Y así caí.

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